Hoy, después de tanto tiempo, vuelvo a escribir. Durante estos últimos meses no he podido encontrar ese tema que me inspirase para poder coger lápiz y papel. Toda entrada empieza con una idea, una intención de contar algo o simplemente, de exponer tu forma de ver las cosas. Esto se ha prolongado con el tiempo hasta que me he dado cuenta de que aquello que me mantenía lejos del papel ha sido la ansiedad.
A día de escribir esta entrada, llevo poco más de un mes en terapia para poder solucionar este problema. Bueno, de hecho, eso es lo que pensaba en un primer momento. La ansiedad 'es' un problema. Maldito problema que no me deja vivir en paz y me crea tantos malos momentos. Ese dichoso malestar en el cuerpo que me drena la confianza en mí y me hace sentir desgraciado sin importar si es lunes o miércoles. Ese cansancio que me carcome desde dentro después de un día entero en la cama por no encontrar motivos ni fuerzas para levantarme y dar un paso adelante. La decepción de no poder estar ahí por los demás porque ni tú puedes contigo mismo ese día. Es difícil, pues, empatizar con una compañera de viaje tan condenada y complicada como lo es la ansiedad. Es impredecible y exigente: quiere toda tu atención y que sepas que está ahí, como un niño tirando del brazo de su madre. Aún siendo ella la protagonista, trae consigo a otras amigas que también se manifiestan sin tú haberlas invitado: frustración, rabia, tristeza, miedo y también angustia (al menos las que yo he conocido). Sin embargo, la ansiedad está y estará presente por allá donde vaya. ¡Qué buena noticia!
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Mira, puede ser que esto lo esté escribiendo un día en que la siento menos y me encuentro bastante animado. Quizá sea por es por lo que la llamo compañera y no problema. Aún así, estoy trabajando en ello, porque el cambio de semántica es muy grande. No obstante, ya la entiendo y es cuestión de tiempo que la acepte. Entiendo que sin ella yo sería más vulnerable porque no me prepararía para los peligros de la vida. Sin ella, sería una persona descuidada y negligente que no se preocupa ni por sí mismo ni por los demás. La ansiedad te prepara para que el mundo no te haga daño aunque al final suframos de ella. Pero vayamos al principio de todo: ¿De dónde surgió esto? Todo este viaje empezó porque hubo unas expectativas gigantescas que tenía que cumplir cada día de mi vida. De base tenía que ser buen estudiante, buen hijo, buen amigo, amable y servicial con todo el mundo, ser educado hasta roncando, ser un fortachón, ir a la mejor universidad y tener familia, trabajo y casa (y perro) a los 25, y sobre todo, no ser un mediocre (¡¡siempre tienes que ser el mejor!!). El camino del héroe versión moderna. Esta lista son las que yo opino que vienen de fuera, porque también están las que vienen de dentro y se suman a las demás, que esas varían según la persona y cada uno puede nombrar las suyas. En definitiva, no me vi capaz de cumplir toda esa lista porque yo no sabía ni quién iba a ser de mayor y ya se esperaban cosas de mí. Empezaba mal la cosa y yo solo quería descubrir mi rumbo en la vida.

En el pasado no comprendía la ansiedad ni por qué tantas personas la sufrían. Con el tiempo, me he convertido en una de esos tantos humanos que se levantan sin fuerzas o que, en ocasiones, siente hormigueo en el pecho o que el corazón le va a mil por hora a las tres de la mañana. Y lo comprendo perfectamente. Llevaba años buscando una respuesta y tras sentir la ansiedad de primera mano, lo he entendido todo. La ansiedad está tan presente porque vivimos constantemente con peligros e incertidumbre. A medida que el mundo avanza, todo se vuelve más complejo, hay más incertidumbre, el camino de cada persona está cada vez más lleno de obstáculos que te incitan a pensar que estás más lejos de tus sueños. Duermes pero piensas en el mañana. Comes pero recuerdas el día pasado. Vuelves a casa del trabajo pero sigues en él de una forma u otra. Vives pero realmente sobrevives. ¿Cómo no vamos a sentirnos ansiosos?
Mi compañera de viaje, la ansiedad. Estamos aprendiendo a convivir juntos. Cada vez va mejor aunque nuestras primeras impresiones no fueran muy buenas. A menudo salgo a pasear y la siento pero enseguida la dejo hacer sus cosas, para no molestarla y que no se enoje. Últimamente no me visita mucho ni por las mañanas ni por la noches, cosa que solía hacer a menudo, pero, sé que en esos momentos en que el Pedro inocente piense que la vida va genial y suave, ella aparecerá y me dirá ¡Hey, prepárate que vienen curvas! De resto, intentamos vivir el uno con el otro de la manera más sana y apacible posible ya que ella, mi compañera de viaje, seguirá conmigo hasta que me haga un señor mayor con muchos años sobre mis espaldas.
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