domingo, 8 de mayo de 2016

Una rosa y un destino.

A ese hombre que veía en el espejo le faltaba algo. 
Despeinado, sin afeitar, en pijama... no, no eran las maneras. Abrí el armario.
Encontré una gran cantidad de prendas desde camisetas hawaianas hasta pantalones hippies. 
No lo pensé dos veces: iba a ponerme el traje, la ocasión lo exigía. 
Eso sí, antes de nada debía afeitarme. Mientras lo hacía me miraba en el espejo:
¿Me recordará?
¿Sabrá apreciar los pequeños detalles que he cambiado?
¿Cómo me recibirá?
Cogí la hojilla, la dejé en el lavabo y solté un gran suspiro.
No quería que nada saliera mal, ese día debía ser nostálgico, memorable y grandioso.

Abrí el grifo y me quité los restos de espuma. Sequé el lavabo, apagué las luces y me fui a vestir.
El traje me quedaba bien. 
Una vez me ajusté la corbata, me eché mi loción preferida. *Puf puf*. Perfecto. Sólo me quedaban los últimos preparativos: los zapatos y el peinado. Primero me puse cera brillante. Toque masculino y seductor.
 Y en segundo lugar me coloqué los relucientes mocasines. 
Perfecto.
Volví a mirarme en el espejo... ya estaba mejor, pero seguía faltándome algo... ese algo eras
Tú.

Salí a la calle. Eran las siete de la mañana. 
Luces de neón y del cielo.
Silencio mezclado con sueños.
Frescor y nervios.
¿Qué hacía un hombre como yo en esa escena de película?
Me dispuse a caminar hasta mi coche. 
La luna se reflejaba en el capó. 
En la ventana, mi rostro.
Sonreí.
El coche era un Aston Martin, una joyita que pocos se pueden permitir.
*Clack* 
Se abrieron las puertas. Me senté.
5 minutos después seguía pensando...
¿Qué final tendrá esta película?

Desperté. Eran las 7:10, hora de partir.
Quedaba una hora. Llaves puestas, motor rugiendo y con ganas de comerse el asfalto, y mi corazón con ganas de salir y llegar antes que yo.
Y así es como un hombre va a en busca de su destino. Adelante.

Pasaron los minutos y me iba acercando cada vez más. Una gota del cielo cayó en mi luna. 
Las gotas son bondadosas y cuando una se suicida, las demás van a ver qué tal está después de su caída. Ingenuas.
Total, se puso a llover. Y llovía de verdad. Junto con la lluvia vino de regalo viento y truenos. 
Luz... ¡Booouuum! 
Con la lluvia me sentía más o menos como ella en el barco: entre mucha agua.
El viento, en cambio, me indicaba la dirección de mi destino.
Y los truenos representaban los nervios electrizantes que recorrían mi cuerpo.
El mundo sabía muy bien cómo me sentía. 

Mi coche iba 100 Km/h. En cambio, el avión que sobrevolaba el cielo iría 9 veces más rápido. 
Justo en frente de él, había nubes, resquicios de la tormenta que ya pasó. Las atravesó, dejando una imagen bella e impactante.
Su luz las cruzó como si el mismísimo dios fuera a aparecer y hacerse presente en aquella escena de película. Un momento mágico que hacía que me sintiera de otro mundo. Era algo especial.
Especial era también que por el hecho de mirar el mismo cielo que tú, el paisaje de siempre se viera distinto.

Me quedaban pocos metros. Las luces de las faroles acabaron su jornada laboral y ahora le tocaba a nuestro astro rey ejercer de iluminador.
Me fijé en que poco a poco había más gaviotas sobrevolando el cielo.
Olor a salitre y cangrejos. Algas por hojas. Barcos por coches. Brisa marina por viento.
El puerto era un lugar hermoso.
¿Llegaría a ser un lugar digno de un final de película?

Aparqué el coche. Quité las llaves y me miré en el retrovisor. A aquel hombre le faltaba menos que la última vez que lo vi, pero seguía incompleto. Quedaba poco.

Unos minutos más tarde me encontraba caminando por el paseo. Me crucé con gente corriendo, otra leyendo el periódico, algunos con sus hijos listos para ir al colegio.
Era como cualquier mañana... excepto para mí.
El sol ya había empezado a subir hasta lo más alto del podio y me daba de lleno en la cara.
Junto con los nervios, el calor que sentía era considerable.
¿Qué sentiría ella?

Llegué al embarcadero. Vi un banco y me senté. No quería mirar hora, móvil ni periódicos.
Solo quería ver el barco llegar a puerto. Pero la espera se alargó. No llegaba.
¿Qué ocurría?
Me impacientaba. Yo había cumplido y ella en cambio me hacía esperar aún más.
Aunque a decir verdad... unas horas más en comparación con diez años no son gran cosa.
Decidí tranquilizarme y esperar una hora más. Pero no vi ningún coloso de los mares.
Tenía la cabeza muy saturada y necesitaba despejarme. Así que di un paseo.
Miles de pensamiento se aglomeraron en mi mente.
Hoy era el día, ¡la iba a ver!, se fue hace 10 años.
Nos despedimos en un aeropuerto con un beso de hasta luego.
Se dio la vuelta y pude ver lo guapa que era incluso de espaldas.
Caminaba despacio. No quería irse sin mi.
Yo quería ir con ella, pero no podía.
Salvar a niños en la guerra era su destino.
El mío aún estaba por surgir.
Llegó a la puerta de salida.
Se giró y me miró.
Sus labios se movieron y dijeron algo.
A esa distancia muchos no descifrarían el mensaje... pero hay un lenguaje que se da entre personas con vínculo.
Yo sabía usarlo.
Ella también.
''Gracias''
Después de eso vino una despedida.

Cada instante de ese día se volvía a repetir en mi cabeza. Pero... de pronto, observé algo.
Era una rosa. Pero se encontraba entre sequía y matojos. Sin embargo, la rosa estaba viva y preciosa.
Mi mente se tranquilizó y se dedicó a contemplarla. Tenía el tallo verde puro, con espinas muy puntiagudas. Su pétalos eran de color rojo intenso. Desprendía olores suaves, de niñez y con esencia a oportunidad. Era un rosa muy cautivadora e inspiradora. Consiguió atraparme y es por eso, que ese momento lo agradeceré siempre porque pude evitar decaer y seguir sintiéndome peor.
Y no solo por eso lo recordaré eternamente, sino porque detrás de la rosa había una estampa aún más hermosa.


Corrí, corrí y corrí. Mi destino estaba llegando.
¿¡Cómo no lo había pensado!?
¡Las palabras ''tormenta'' y ''travesía'' no eran buenas amigas! ¡Hubo un retraso!
Con sudores y muchos nervios, llegué al encuentro.
Muchas personas estaban bajando.
Altos, rubios, morenos, americanos, franceses...
Y detrás de todos estabas
TÚ.
Corriste sin pensarlo. Yo también, a pesar del cansancio.
Nos fundimos en un abrazo.
Lloré mucho ese día, pero  más.
Tras tanto tiempo esperando mi destino, por fin pude retenerlo en el tiempo y en mis brazos.
Era ella, sin duda. No había cambiado. Igual de guapa, igual de humana, igual de bondadosa...
a pesar de haber estado entre tanta miseria y destrucción, seguía joven y viva.
 Como la rosa... qué coincidencia...

No quería que se rompiera ese momento. Te quería conmigo y ya está.
A continuación, nos sentamos en el banco. 
Ella no paró de hablar. Su labor había sido muy gratificante.
Muchos niños pudieron tener un hogar gracias a ella y a un escuadrón de corazones con patas.
Es cierto que las guerras nunca acabarán, pero para ella cuantos menos desgraciados haya, mejor. Solo quiere ayudar. Es muy buena.
Y también me ayudó a mí, porque supo apreciar mis pequeños cambios como usar traje, hablar con propiedad, saber escuchar... 
Nos queríamos más que hace diez años.

El tiempo pasó corriendo y decidimos volver a casa.
El resto es otra historia que podrá ser contada más adelante, pero antes de coger el coche, la llevé a un lugar muy especial.
Para muchos era una rosa como otra cualquiera, en una estampa de verano más y en un puerto como los demás.
Pero para mí y para ella, era la señal de mi destino, el símbolo de nuestro reencuentro y el lugar que dio paso a la escena final de la película.Y una vez más, muchos podrían ver en mi cara sensaciones cotidianas, pero ella notó en mi rostro el reflejo de que había logrado lo que más anhelaba.
Ya no me faltaba nada.
Te tenía a mi lado. 
y solamente Tú.


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