domingo, 29 de mayo de 2016

La última vez que...

Abrí la puerta. Una brisa me dio en toda la cara. La disfruté. El verano se pasa duro en medio de la nada. En frente de mí se perdía una enorme pradera llena de césped bastante alto. La brisa lo movía y hacia mi nariz, llegaba un olor de humedad y frescor. Además, el sonido del ir y venir de la hierba era tranquilizador. El único pero era el sol. Me deslumbraba en la cara. Me puse un sombrero y cogí una silla. Estaba atardeciendo y conseguí disfrutar del paisaje. 
Era precioso sentirse tan pequeño en un mundo tan gigantesco. 


Quizá por la ayuda de la brisa... mis pensamientos empezaron a volar. 
Hoy es el último día de mi vida. La última vez que observaría ese atardecer, que olería el mundo y me sentiría vivo. 
¿Me sentía satisfecho?
Mi mujer me quiere, pero no le dedico ningún ''te quiero''. 
De mis padres no sé nada desde hace años... ¿dónde estarán?
A mi amigo Brad le pegaron un tiro y lo perdí para siempre.
Y tampoco he conseguido las metas de mi vida:
No he llegado a ingresar en el cuerpo de policía y es más, acabé metido en las mafias más importantes del distrito. Eso sí, conseguí bastante dinero que me ha ayudado hasta hoy. 
Y es eso, solo puedo presumir de dinero, un amigo que se marcha más rápido que la vida y no te aporta nada más que codicia y suciedad.

¡Vamos tío, deja esos pensamientos!
Por suerte, llegó mi mujer con un vaso de leche fría. La saboreé como nunca. Ella se sentó a mi lado. A pesar de la brisa, la escuchaba respirar. Ya no podría volver a escuchar su respiración, y ella en cambio, sería presente de mi último suspiro. También era extraño pensar que esa era la última vez que contemplaría la belleza del mundo.
Adiós todo.
Hoy era el último día.

¡Vamos, sé fuerte, evádete de todo! 
Me levanté súbitamente. No quería entristecerme, y menos en un día como aquel. Me fui a cepillar los dientes. Me di cuenta de que se me había quedado un bigote blanco por el resto de leche. El único signo de vejez que aparentaba. Muchas veces pensamos que la muerte llega de vejez... pero no, a mi me viene a los 30, en un viaje exprés. Y la verdad, no me importaba. La muerte ni era mi enemiga ni mi amiga, sino un invitado no esperado, así que hay que ser educado, pero intentando echarlo lo antes posible... pero ella se va contigo siempre. 
Me quedaba una última pieza por jugar... 


No me di cuenta y el agua seguía saliendo del grifo. Lo cerré, acabé lo que estaba haciendo y me fui al coche.
¡Vamos, pisa a fondo y deja todo lo malo atrás!
Cuando llevaba varios metros, miré el retrovisor y vi a mi esposa saludándome y llorando. 
No me había despedido de ella... fui idiota. Quien sabe si no volvería por algún accidente, o dios sabe qué. Daba igual, tenía que huir lo antes posible y despejarme. 

Al final, llegué a un aparcamiento. Me bajé del coche y me senté junto a las ruedas. 
¡Vamos, no te mientas!
Y no me mentí. Lloré, lloré y lloré. Hasta hoy, no me había dado cuenta lo afortunado que era por vivir. 
¡Oh amada vida, te vas y no te he dedicado ni mi gratitud ni mi tiempo para demostrarte lo mucho que te aprecio!
Mañana me voy y no he dejado huella.
Y por segunda vez, no mentí: 
Si la vida es un estado, y la muerte otro, ¿por qué le tememos tanto a morir?
Había pensado eso toda mi vida. No me había planteado qué sentiría al despedirme de este mundo. 
No me da miedo morir. Dolerá, bastante, pero ya está. Ahí se acaba todo. Y es por eso que me siento vacío y muy jodido. Se acaba y no podré querer a mi mujer, no podré reencontrarme con mis padres y darles un abrazo y no podré pasar tardes contemplando el mundo y recordando viejos tiempos con Brad. Las segundas oportunidades no existen, y mi última pieza estaba a punto de jugarse.
¡Vamos...!
No, no tenía ánimos. Cerré el puño y lo golpee en el asfalto. ¡joder, joder, joder! Me desplomé y volví a llorar. Miradme, llorando solo, al lado de mi coche. ¿Qué más me merecía? Seguí llorando, era lo único que sabía hacer. 
Pero...
vaya...
escuché...
¡Noooo!
y después...
¡No por favor!
A continuación pisadas... y muy fuertes.
Y por último, vi a un niño desplomarse en frente de mi. Jadeaba y lloraba.
Sin poder pestañear de lo sorprendido que estaba, observé que llegó un hombre bastante alto. Vio al niño y le dio una patada en el estómago. Se oyó su estómago reventar, su grito de dolor y al final, un silencio resultado del miedo y del dolor. 
¡¡NOOO!!
Corrí y aparté a aquel hombre de allí. Me intentó agredir pero me defendí y, mediante una llave de artes marciales, lo tumbé en el suelo. Le pedí explicaciones, y me dijo que ese chaval le había robado unas medicinas de su tienda. 
¡Vamos, púdrete escoria, eso no es motivo para patear a un pobre niño!
Como intentar hablar con esa persona, era como dialogar con la pared, lo dejé ir. Fui con el chaval que estaba contra una pared.

- Hola chaval, ¿cómo estás?
- (...) (...) (...) mal... pero he recibido peores.
- Ven, siéntate a mi lado en el coche. Respira hondo y tranquilízate, vas a salir de esta, te lo prometo.
Lo ayudé a que se levantara y nos sentamos en mi coche. 
Su cabeza era una carga pesada, así que la apoyó en el respaldo del asiento. 
Solo respiraba. Sus manitas las tenía en el estómago. Algo le aliviaba. Sus pantalones estaban raídos, la camiseta de color amarillo, llena de tierra. Sus zapatos... estaban llenos de agujero por debajo y tenían pinta de tener muchos años de uso. 
Pobre chaval.
Tras 20 minutos, se recuperó algo más, se giró hacia mí y me dijo lo siguiente:

- Me llamo Wendall. Llevo desde los 10 años cuidando de mi madre y tengo ahora 12. Ella tiene parálisis temporal y no puede moverse de la cama. Los asuntos sociales no hacen nada al respecto y solo le quedo yo. Mi padre no puede hacer nada, lo acuchillaron hace 2 años. Estamos ella y yo, nadie más. Solo quiero verla feliz y por eso quería esas medicinas.

Tremenda historia. No se me cayeron las lágrimas, pero en cambio mi corazón se comprimió, mi estómago empezó a danzar y mi cabeza a pensar. Tenía una idea.

- Wendall, ¿me llevas a tu casa? Me gustaría conocer a tu madre.

-Sí señor, creo que puedo confiar en usted.

Eso último me lo dijo con la típica sonrisa inocente de niño. Wendall... te había conocido hace media hora y ya significabas mucho para mí.
Mientras conducía, el chico se volvió a dormir. Era curioso pensar cómo hay personas que siguen hablando, respirando y caminando, a pesar de estar murtas por dentro. La madre de Wendall es un claro ejemplo. Su llama interior está apagada. No sonríe, no se alegra, no se sorprende, no grita... no, no y no. Está y no está. Respira pero no hay aliento. Quiere romper con todo pero el mundo la presiona muy fuertemente. Qué lástima puede ser vivir muchas veces... y es hoy cuando me doy cuenta de que he malgastado mi vida.
Miro por la ventana del coche. La brisa vuelve a ser tranquilizadora. A continuación, mi vista empieza a fijarse en mi alrededor y...
Veo parejas paseando, hablando y sonriendo.
Veo un partido de fútbol en una cancha en la que todos gritan y animan.
Veo un campo de margaritas y de girasoles que desprenden color al mundo...
Hoy será la última vez que vea todas estas estampas.
 Por eso, no quiero irme y haberme beneficiado de todos aquellos a los que les robé. Hoy quiero ayudar a este chaval a revivir a su madre y a enderezar su vida.
Voy a ir a mi escondite.
Hace años que no voy...

Aparqué el coche. El chico aún dormía. Seguramente era de las pocas veces que podía sentirse tranquilo y agusto. Lo dejé y fui a mi lugar secreto. Se me ocurrió la idea de este lugar al ver una peli de unos chicos ambiciosos que escondían todo su dinero y objetos de valor en un árbol. Algo tan de película que en la vida real no se toma como algo factible. En el árbol que estaba enfrente de mi, había una pequeña puerta inscrita en la madera. La abrí
 y había una caja fuerte. Ese era el cebo. Si alguien la veía, iría corriendo a cualquier sitio a abrirla. Detrás de ella había otra puerta y ahí estaba mi botín. Por suerte, ahí no solo estaba mi amigo el dinero, sino Brad. Guardaba desde siempre una foto de él y yo juntos. Se nos veía con un brazo en el hombre del otro, sonriendo en un día de verano, en medio de una carretera, con el coche de fondo y repleto de lingotes. Fue un buen día aquel. Sin embargo, lo echaba de menos. Pasamos grandes persecuciones, rescates, conducciones temerarias... era igual que yo, un insensato y un pringado de la vida. Vivíamos de esos momentos. ¿Qué ocurre? todo acto de imprudencia tiene riesgos, y a él lo cazaron lo federales y sin dudarlo, ¡Pum! adiós amigo, adiós vida. Aún recuerdo el disparo en mi cabeza, las lágrima explotando y saliendo como balas en dirección de los polis y por último, mis piernas corriendo para destrozarles la cara a esos maderos. Me detuvieron y lo que viene después no tiene importancia...

Se me pasó el tiempo recordando ese momento. Cogí el saco de dinero y me fui.
Desperté a Wendall y me indicó los últimos metros hasta su casa. Antes de llegar, empecé a ver chabolas, gente tirada en las aceras... vamos, lo que es el mundo, ni más ni menos. Lo que pasa es que un niño no debería vivir en este ambiente.

Llegamos. Antes de que el chico abriera la puerta, lo cogí del hombro y lo paré. No quería ver la escena de su madre muerta en vida, en una cama como sustituto de su cuerpo. Así que le dije:

- Wendall, me ha surgido un imprevisto y me tengo que marchar. Ha sido un placer conocer a un chico tan fuerte y tan bueno. Y por eso, antes de irme quiero que aceptes esto. Aquí hay dinero suficiente para pagar el tratamiento y operaciones de tu madre. Te sobrará para mudarte a una casa mejor. También te dejo el número de un médico que es como Jesús, todo lo que toca lo cura. Sé que va a ser duro hacerlo tú solo, por eso te dejo también el número de mi abogado para que lleve el tema de la casa. ¿Sabes? Quizá nos parezcamos un poco, porque tu quieres ayudar a tu madre, y yo, justo hoy, también quiero hacerlo, pero también a ti.

Tras estas palabras, vinieron abrazos, lloros, miles de millones de gracias, cortes al hablar, respiración fuerte y otra vez, muchas lágrimas. Sus noches en vela por el sufrimiento, los días encerrado en una cárcel por hogar y sobre todo, todos aquellos días en que vería a su madre postrada en la cama, se verían acabados.

Cuando me monté en el coche y me giré para decirle adiós, sin darme cuenta en el cristal de atrás estaba dibujado, sin saber quién ni cómo, una cara alegre...



Mientras iba en coche reflexioné un poco todo lo que había ocurrido...
Mi vida se acaba. Es como un reloj de arena al que le quedan los últimos granos que verter.
Hoy, siendo el último día, he hecho más que en ninguno otro. Quizá sea por la sensación de que ya no me importan las consecuencias o que la muerte hace a las personas buenas en el último instante. Me siento bien. Es la primera vez que me siento lleno por dentro por todo lo que he hecho.
Aún hay cabos sueltos, pero he atado varios para que el barco de mi vida se quede estable por un tiempo. Un tiempo que corre muy rápido y del que queda poco.
Por eso, aceleré.

Llegué a mi casa sudando, respirando muy fuerte y haciendo ruido al pisar.
Mi mujer estaba en el sofá mirando la televisión y se sobresaltó.
La miré fijamente y vi de nuevo esa belleza que me cautivó.
Era el amor de mi vida, la musa de mi inspiración, el faro de mi travesía, mi rosa del oasis y...
La persona que más quiero.
Corrí hacia ella, la besé y la abracé como pocas veces lo había hecho.
No sé cuánto duró, pero fue como tocar el cielo.
Por primera vez, antes de que me fuera, llegué al Olimpo de los cielos para culminar nuestro amor eterno. Si después de morir sentía aquello... quería morir cada día.

Quieras o no, llegar tan alto cansa, y por ello, después de hacer el amor desenfrenadamente, decidí, mientras ella dormía, irme al sillón para que no me viera de aquella manera por la mañana.
Me puse los cascos y dejé la reproducción automática.
La mejor manera de irme era con la mejor acompañante:
La Música.
Y en esa escena, conseguí dormirme... o al menos, pensaba que así lo estaba.
De pronto vi muchas luces. No sabría decir si estaba en las nubes o en una realidad paralela.
Qué raro era todo aquello. Mi ''cuerpo'' se desplazaba solo, parecía flotar.
No sabría decir si era dios o qué, pero sentí como una llama interior. Estaba ardiendo.
Era mi alma llena de gratitud y perdón. Había sentido esa sensación ayer y la volvía a sentir hoy.
Dos por uno.
Sin saber muy bien el origen, vi las palabras
''Gracias'' y ''Perdonado''
¿Quién las había escrito?
Quizá el mismo que me estaba dando cachetadas...
¡Pero vaya que sí dolían!
- ON -

¡Cariño, despierta!
.
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¡Cariño, has abierto los ojos!
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¡Cariño, has vuelto a la vida!
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¿Cómo? ¿No me había muerto?
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¡No! ¡Se ha obrado un milagro!

Y fue con esa palabra cuando me di cuenta de que el verdadero milagro fue que yo cambiara, e hiciera buenos gestos. Los humanos somos los seres que dejamos todo para el final, y tuvo que ser ayer cuando me diera cuenta de que mi vida había sido una mierda y era el único que podía enderezarla.
Más vale tarde que nunca... pero estuve a punto de decir adiós sin haberlo hecho.

Al igual que no estoy seguro de si creer en dios o no, tampoco sé si creer en el destino, pero me llamó la atención, y mucho, que cuando mi mujer se fue a preparar el desayuno y fui a parar la reproducción automática, estuviera sonando:
Viva la Vida - de Coldplay.


La vida era bonita cuando decidías regresar del cielo para cambiar este mundo hecho un infierno.
Solo me quedaba un cabo por atar y una vez más, el destino o quién sabe qué, volvía a entrar en escena.

¡Cariño, tienes una llamada!
.
.
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¡Hola hijo, somos papá y mamá!


2 comentarios:

  1. no dejas de sorprenderme¡¡¡¡ jjejejej

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    1. y espero seguir consiguiéndolo!! Las siguientes van a molar jeje

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