domingo, 4 de junio de 2017

Aquellos que escuchan.


En un mundo en el que las personas venden y compran sus sueños, circulan rumores por las calles de todos los países diciendo que escuchar se está convirtiendo en una cura contra numerosas enfermedades, que más que una cura, es un placer para que el relata y para el que pone el oído y el corazón. Hay rumores de que sigue habiendo gente que escucha, como forma de autorrealizarse y de sentirse recordada. Para ellos la vida seguirá siendo dos días, cierto, pero siempre habrá un pequeño momento que dedicar a aquellos que lo necesitan, así que, por favor, hagamos que dejen de ser rumores y sean realidad cotidiana, para que no caigan en páginas de mitos y leyendas.


Sin embargo, la realidad es bien distinta y... hoy siento pena porque no hay confianza, mas bien hay miedo a que una persona se abra y pueda sincerarse, para así encontrar ese desahogo emocional que todos necesitamos. Hay miedo por sentirse débil en tiempos donde prevalece el músculo y las palabras en forma de bala. Cuando no haya nadie que escuche, siempre habrá alguien que lo haga por esos que se ausentan: . Siempre serás esa persona que por muy lejos que vayas, seguirás a tu lado, para bien o para mal. El problema viene cuando la tristeza vence y la soledad ya no te trata bien, y nos ahogamos en nuestras propias lágrimas. Todo esto deriva, una vez más, del miedo a hablar. Miedo por aumentar el llanto y la tristeza, a raíz de buscar escucha. Dolor por no sentirte valorado y querido, porque crees que no hay una sola persona dispuesta a escuchar tu historia y que te tienda una mano.
Derrotado, finalmente, por el silencio.

No nacemos solos. No crecemos sin una familia. No aprendemos sin compañeros ni profesores.
Ni tampoco vivimos sin personas a nuestro lado.
No nos aislemos entonces.

Toda persona que admiro sabe escuchar. Por lo general, son seres que saludan con una sonrisa, caminan con la cabeza en alto y no dudan a la hora de hablar. Personas que han sabido valorar los detalles y regalos que la vida concede mientras otros solo siguen buscando debajo del árbol de Navidad en pleno verano. Es que son ellos los que saben lo duro que puede ser estar solo frente a miedos y sombras, porque han aprendido que nadie enseña a cómo vivir. Y si en cambio la vida les ha sonreído, son aquellos que intentan contagiar su suerte y su felicidad. No hay otra palabra mejor para calificarlos como de personas. Una persona es grande cuando perdona, cuando comprende, cuando se coloca en el lugar del otro, cuando actúa no de acuerdo con lo que esperan de ella, sino de acuerdo 
con lo que espera de sí misma. 

Por eso siempre que encuentro a alguien que me permite robarle un trocito de su tiempo, sé que estoy ante una gran, y sobre todo, maravillosa persona. Porque cuando alguien se siente escuchado se siente importante, con ilusión y sobre todo, con esperanzas, por el simple hecho de ver que esa persona quiere ayudarte y le eres importante. Ganas de sonreír, de cantar, de levantarse de nuevo (Como si fuera tan fácil a veces, ¿no?) y sobre todo, de ayudar a aquellos que necesitan ser escuchados, porque llegas a la conclusión de que el odio no puede expulsar al odio; solamente el amor lo puede hacer.

Cuando era pequeño me decían que escuchase a los mayores. A día de hoy lo sigo haciendo porque creo que aún conservo una pequeña parte inexperta dentro de mi que se siente como un niño, y quizá sea por eso que aún necesito escuchar para no sentir que me quedo entre las páginas de un libro que prometía ser un bestseller y se quedó en un promesa lejana. 
Es por esto que creo, y es más, afirmo que:

 La humildad y el saber escuchar no pasa por ser sumisos, callar y obedecer, sino se trata de saber, aprender, respetar y sobre todo, ayudar todo lo posible. 

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