miércoles, 18 de enero de 2017

Tiempos de cambio.

Ayer, tenia 10 años y estaba jugando con el regalo de un huevo Kinder.
Hoy tengo 19 y me encuentro estudiando cada día y notando el cambio a adulto.
Mañana tendré 30 y no me habré dado cuenta de que la vida, más que ser dos días, son dos noches en las que puedes vivir todo de golpe y cuando haya pasado el tiempo, lo sentirás como si hubiera sido un sueño. No sabría explicar el valor que ha adquirido el tiempo en estos últimos años porque posiblemente sea esa transición a adulto, la que te hace ver todo de otra forma. No tengo ganas de que se paren los días, ni de volver al pasado, solo quiero de verdad ver que me siento orgulloso de la vida que llevo. Deseo pasar tiempo con mi familia, con mis gatos, con mis amigos... Viendo a mi equipo de fútbol ganar partidos y trofeos... leyendo mil y una páginas de un libro para enamorarme de un personaje y buscarlo en el día a día. Quiero pasar esos momentos mil veces y añadir nuevas páginas a mi historia porque es bueno intentar que dos días no sean iguales. Es una necesidad personal disfrutar al máximo todos esos momentos para recordarlos siempre y que, cuando mire hacia atrás, no me encuentre con un vacío emocional.
 Quizá no me de cuenta de cómo pasa el tiempo porque me centro en hacer que valga la pena que vuele rápido. Lo bueno dura poco. 

Y lo que más rabia me da es que últimamente no se disfruta del tiempo ni de las personas. Nos hemos acostumbrado a no disfrutar de nada, queremos más y más, consumir de esto y lo otro, y que el día de mañana llegue pronto para agotar el ansia de tener todo lo que deseamos. El objetivo es tener, pero no valorar. Queremos que se hable bien de nosotros, pero no nos damos cuenta, que a la gente con razón, no le importa la marca de la chaqueta que llevas. Es un problema de inconformismo que radica en una sociedad llena de dinero por un lado, y llena de bolsillos rotos por otro. Al final pensamos que siempre navegaremos en un mar en calma y que las tormentas solo se cuentan en los libros de aventura. Quizá nos falta valorar los atardeceres, la tranquilidad de no vivir en tierras de guerra y sobre todo, nos falta valorar a las personas.

 Y para acabar, he de decir que de esto último me di cuenta hace unos días, mientras comía con mi familia en Nochebuena. Me puse a pensar en tantas personas que he conocido a lo largo de mi vida y que la gran mayoría no echo de menos. Realmente, es que ni me acordaré de la mitad, ya sea por lo rápido de nuestros saludos o por lo superficial de nuestros encuentros. Y es que aunque visites un jardín en cualquier día de la primavera, siempre va a tener flores de mil colores, y otras marchitadas por el tiempo. La gran mayoría se irán, y solo habrá una pequeña cantidad que permanezca sin importar la llegada del invierno. Esas son las que hay que regar y cuidar primero. No obstante, de vez en cuando, y rara vez se produce, brota un trébol de 4 hojas que te da mucha suerte, y te das cuenta de que lo necesitas sí o sí. Pero un buen día, se marcha con la brisa de nuevos tiempos, y eres consciente de que la suerte era justamente tener el privilegio de poseer ese trébol y no lo material que pudiste haber conseguido con él. Pienso que no nos damos cuenta de que tenemos estas personas hasta que por falta de cariño, de estima o de un simple ''gracias'', se van. Es en ese momento en que nos quedamos inmóviles sin saber qué hacer, ya sea por miedo o porque tenemos esperanza de que volverán. 
Cuando una flor se marchita, ya no vuelve a brillar con sus colores de siempre.
''Goodbye my lover, goodbye my friend''

En síntesis, me da pena que muchas personas que he tenido, se hayan ido, pero esa pena, al final se va, al igual que ellos. Y gracias a esas despedidas he podido ver que hay gratas personas a mi lado que son una suerte tenerlas, como los tréboles de 4 hojas, y que me hacen valorar aún más si cabe,
lo bonito que puede ser la vida cuando la miras rodeado de bellas personas. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario